A 27 años del suicidio de Kurt Cobain, el mito "grunge" de los años 90

El 5 de abril de 1994 el guitarrista y cantante Kurt Cobain se suicidó de un disparo. A los 27 años como la cara visible de Nirvana, era la estrella de rock del momento. A la vez, era un muchacho con una torturada existencia entre la depresión y continuas recaídas por su adicción a la heroína. Tres días después de su muerte hallaron su cadáver en su casa de Seattle (Washington, EE.UU.). Pasaba a engrosar la lista del “club de los 27” en la historia del rock: allí revisten como socios prominentes leyendas del tamaño de Jim Morrison, Janis Joplin y Jimmy Hendrix. Nacía el mito de Kurt Cobain.

Sobreviviente de una infancia difícil -marcada por el divorcio de sus padres- Cobain fue blanco de maltrato en la escuela y pronto la dejó para dedicarse al vagabundeo y las drogas. En ese camino sin rumbo, se cruzó con una guitarra y una vez más, el rock fue redención para un alma perdida. A fines de los años 80 armó Nirvana con el baterista Dave Grohl y el bajista Chris Novoselic. Publicaron un primer disco del que casi nadie pareció enterarse y a fuerza de una llamativa actitud escénica y poderosas canciones que desataban verdaderas tormentas eléctricas, se hicieron un nombre. 

Cuando Nirvana publicó “Nevermind” en 1991 nada hacía prever lo que habría de suceder. Una canción, un video y una letra como manifiesto generacional, todo encapsulado en poco más de 4 minutos bajo el título de “Smell like teen spirit”, generó el impacto de un terremoto en la insípida escena del rock & pop global de ese momento, gobernada por sonidos más bien convencionales: ya sean de Michael Jackson o Madonna, y también U2 y Guns N´ Roses. Nirvana rompió con todo: impuso la palabra “grunge” -sucio, desaliñado- como nuevo género definitorio de una era y disparó a Cobain al Olimpo de las estrellas. Allí, durante poco menos de tres años, no tuvo paz. Más bien todo lo contrario: convertido en millonario y objeto de deseo para los paparazzi, fue incapaz de asimilarlo. En paralelo intentaba llevar adelante una tumultuosa relación amorosa con la también cantante Courtney Love, asumir el nacimiento de la hija de ambos -Francis Bean- y lidiar con giras, entrevistas promocionales y planes de marketing. No lo soportó. Y se pegó un tiro en la sien. Sus canciones lo sobreviven.